Ayer, cuando debería haber estado haciendo cosas importantes como estudiar Historia Moderna, me encontré viendo una extraña película adolescente llamada “Triunfos Robados” (Bring It On, Peyton Reed, 2000) con la hermosísima Kirsten Dunst.
Es una película de lo mas rara: bajo todos los estándares debería ser otra comedia adolescente boba, sin ninguna atracción, y de hecho tiene una estructura narrativa muy clásica que incluye interés amoroso, protagonista que triunfa a través del trabajo duro, mejor amiga de la protagonista que cree en ella y la ayuda a triunfar, antagonista y dura prueba que debe ser conquistada.
Otra razón para odiarla es que trata sobre uno de los sectores mas frívolos de la secundaria yanquee: las porristas. Se supone que uno, en su carcasa pseudointelectual, debería despreciar lo que las porristas representan y que, de vivir en Estados Unidos y cursar la secundaria, pertenecería al grupo opuesto y seria despreciado: si uno cursara la secundaria allá y si lo que nos dicen las películas es cierto (y algo de cierto debe haber, porque no pueden existir tantas representaciones congruentes provenientes de lugares tan distintos como Gus Van Sant o American Pie) uno seria un nerd, los jugadores de futbol le pegarían y le robarían el almuerzo y no tendría cita para el baile de promoción. Que nos hayan lavado tanto la cabeza con esta imagen tiende a predisponer contra este tipo de peliculas.
A pesar de todos estos prejuicios la película es sorprendentemente buena, mayormente porque rechaza tratar a sus protagonistas como estereotipos y los trata como personas de verdad. O, mejor dicho, los protagonistas son estereotipados, pero a partir de los rasgos clichés y de la aceptación de estos rasgos, logran construir algo que los excede. Las porristas son mostradas como tontas, pero ellas tienen plena conciencia de su frivolidad, lo cual permite dejar de lado la postura maniquea de cierto cine de mostrarlas como el mal y mostrarlas sencillamente como gente con un interés en una cosa tan ajena a la mayoría de nosotros como es vestirse con polleras y mallas y representar una cosa que no es ni gimnasia ni baile, sino una especie de adaptación fascista y repetitiva de los anteriores. Hay una aceptación de los códigos adolescentes y superficiales de los protagonistas, pero no para burlarse de ellos sino para integrarlos en su personalidad y lograr que uno se encariñe. Es genial observar esta tarea en la construcción de los intereses amorosos de Kirsten Dunst: su novio es un Ken, perfecto, maquillado para parecer que tiene la piel naranja y absolutamente superficial. Mientras tanto, el “nuevo” es un punkie intelectual que desprecia a las porras pero termina sucumbiendo a los encantos de Kirsten mientras usa una remera de The Clash. Solamente en una película como esta tal romance intercultural es posible. Y lo mas hermoso es que suena real, esta contado con tal inocencia que nos vende que tal cosa es posible.
Otra cosa que hace que sea excelente es la creación de otra realidad: es genial observar como prácticamente la única actividad de estas personas es su actividad como cheerleaders. Yo la miraba y a la mitad me preguntaba: ¿esta gente no estudia?, ¿no tiene obligaciones familiares?. Que se tome en serio una actividad tan ridícula como es las porras y la vuelva central sin reírse de ella ya es loable.
Finalmente la película es interesante porque, a pesar de que tiene un final “feliz”, no es perfecto: el squad de Kirsten no sale primero, sale segundo, ganan “las malas” con las cuales ya nos hemos encariñado porque en ningún momento se las presento como la antitesis de el grupo de Kirsten, sino como sus rivales en su propio derecho.
Es interesante observar como de vez en cuando en la maquinaria de producción en serie que es Hollywood se filtra algo que, sin ser revolucionaria, rompe medianamente con el molde y nos sorprende. Véanla si pueden, la están repitiendo bastante en I Sat y vale la pena.