viernes, junio 10, 2005

Tiempo de Monjes

1) Cualquiera que tenga dos dedos de frente entenderá que el eje alrededor del que discurre el estudio histórico es el tiempo. El discurrir, la sucesión, la narración en tiempo real es lo que va configurando los procesos, los eventos, los hombres.
Pero, escuchando la música de los Monks se hace difícil pensar en términos de tiempo. Uno pone el disco, comienza la batería neandertal que sirve de base a “Monk Time”, de inmediato suena una guitarra que escupe sus acordes y Gary Burger comienza a cantar como un profeta alucinado: “Let’s Go, it’s beat time, it’s hop time, it’s monk time now!”. Uno se para a escuchar y le cuesta encasillar al grupo, ponerles una fecha.
Podrían ser un montón de músicos de kraut a los que les hubiese interesado mas la melodía que la experimentación (y tuviesen el mínimo rudimento sobre como tocar sus instrumentos). Podrían ser un grupo de rock and roll de los 50 drogados hasta las cejas en speed y anfetas. Podrían ser un grupo punk de los 70. Podrían ser un exponente del revival garage de hoy.
Y en algún momento alguien te dice que el disco es del año 65.

¿Como puede ser que un grupo de soldados norteamericanos estacionados en Alemania en el año 65 hayan podido hacer esta música?. ¿Como puede ser que hayan logrado combinar el esqueleto de una canción de rock and roll tradicional con un frenesí neandertal?. ¿Quien les permitió salirse con la suya?.
Hay un axioma muy común entre las bandas míticas, seminales de rock y repite que: “si, el disco esta bien, ¿pero en vivo sabes lo que deberían haber sido?”. Esta frase es utilizada en diversos casos: La Velvet, los Stooges, los Pistols, los Pixies. Tiendo a desconfiar de frases como esta, mas que nada por la imposibilidad de volver a experimentar semejante evento. Mal que nos pese, lo único que queda son los discos, estos pobres e incompletos registros. Son las marcas de que existieron alguna vez y que movieron el mundo. Mejor aprovechar lo que existe y no añorar, ya ni siquiera por tiempos mejores, sino por recuerdos no vividos.
Sin embargo, cuando escucho el disco de los Monks, no puedo evitar imaginarme como habría sido asistir a un recital, verlos todos vestidos de negro, con la cabeza afeitada como un monje, tocando un banjo y acoplando que da gusto y con Gary Burger chillando como un mono en celo en el escenario. Y todo al doble de la velocidad.
La música de los Monks es demasiado primaria, demasiado visceral para no plantearse esta pregunta, para no expresar este deseo.



2) Una de las primeras cosas que te enseñan cuando estudias Historia es que no hay causas únicas, todo es multicausal. Nada sucede por una sola razón, es un proceso.
La energía visceral de los Monks me lleva a pensar lo contrario. Al igual que Julian Cope, no puedo no imaginarme este disco en las habitaciones de Ralf Florian, Holger Czukay o Michael Rother.
El fervor que desprende este disco de los Monks es tan fuerte que es como si en el mismo momento en que decidieron tocar los primeros acordes, comprometerse a ponerlos en disco, un portal a otra dimensión se hubiese abierto y algo viscoso, tentacular, infinito y negro, muy negro, hubiese penetrado en esta. Los Monks son el catalizador, el canal, la vía. Y al mismo tiempo son el mensaje, la distorsión, el fin.
No es difícil imaginárselos en una habitación pequeña en Berlín, tocando instrumentos destartalados, acoplando sus guitarras al ritmo de una base de batería mínima, tocando, tocando, hasta que se les caen las ropas, hasta que el ritmo es mas fuerte que todo y de pronto, en medio de eso, imperceptiblemente, se abre una fisura y sin que se den cuenta Algo entra.
Y ese Algo toca luego a Todos Aquellos Que Se Oponen hasta el día de hoy.

La música de los Monks es como una ruptura en el cauce normal de la historia, una ruptura que de algún modo surca todo el siglo XX desde entonces, que pervierte a aquellos incautos que se arriesgan lo suficiente para acercarse a ella. No se puede permanecer impávido ante ese asalto sónico, esos ritmos descuartizados.
Escuchando el disco de nuevo hoy percibo un frenesí, una necesidad de gritar lo que se tiene adentro, de escupirlo, una insoportable asfixia frente al mundo en el que viven y el lugar de donde provienen. Esa misma asfixia que se ve en Ian Curtis, en Mark E. Smith, en David Thomas.

3) Lo segundo que te enseñan es que una de las cosas más importantes es la contextualizacion: todo sucede en un lugar, en un tiempo. Lo que un hombre es, piensa, experimenta, es producto del mundo en que vive. Del zeitgeist, diria Hegel.
Una vez mas, Los Monks me hacen dudar. No es posible situarlos, ni temporal ni espacialmente.
La música de los Monks, a pesar de tener referencias culturales explicitas (James Bond, Vietnam) no necesita de ninguno de esos maquillajes superficiales para sonar tan vital, tan emotiva aun hoy. Viene de todos lados y de ninguno al mismo tiempo, porque más allá de las quejas superficiales, lo que esta en el centro es ese grito primal de angustia, de desesperación. Los Monks parecían desesperados por decirlo todo ya, en algunos casos ni siquiera conteniéndose lo suficiente para formular las palabras correctas (¿Higgle Dy Piggle Dy?).

Simultaneamente, su alejamiento espacial los descontextualizaba aun mas. Claro, estaban en Alemania, como soldados norteamericanos que cumplían con su servicio, pero por su música no parecían soldados norteamericanos, no parecían estar en Alemania, no formaban parte del paisaje musical de la época y de ninguna época posterior. Aislados como estaban, alejados de lo que sucedía en las grandes urbes del rock, sin internet, banda ancha o teléfonos celulares, los Monks garabateaban sus canciones sobre la base de lo que pretendían era una canción de rock tradicional, lo que habían escuchado en su hogar natal antes de verse trasladados miles de kmts. Burger alguna vez dijo que habían estado en Alemania tanto tiempo que algunos de ellos ya soñaban en alemán.
Pero en ese intento de reproducción los templates de lo que era una canción se fueron pervirtiendo cada vez mas: en primer momento Gary Burger quiso cantar como un becerro, luego cambiaron las guitarras rítmicas por un banjo, luego les intereso usar la batería como si fuese un gran tambor de una tribu perdida que ya no existia y finalmente los teclados comenzaron a funcionar como el grito de una banshee desenfrenada. De la base de la cual partieron no quedaba nada. Lo que quedaba era algo único, irrepetible, que se iba a extender como una mancha perversa.



4) La música de los Monks no tiene lugar, no tiene tiempo, viene de ningún lado y de todos al mismo tiempo.
Y eso no es malo. Porque en la ubicuidad ganan la eternidad.