jueves, octubre 20, 2005

Truman.

Hace un par de meses que vengo pensando que la honestidad no tiene ningún lugar en la música o el arte. Cansado desde hace un tiempo de los “songwriters con guitarritas” y del reconocimiento implícito y casi automático de que son mas sinceros = son mas descarnados = son mas honestos = son mejores. Sencillamente porque se equipara el despojamiento con la honestidad desde el alma, con el deschave personal. La gente evidentemente olvida que bandas como los Stones, Joy Division, John Cale han hecho discos profundamente reveladores y descarnados sin necesidad de recurrir a los recursos remanidos, estúpidos y aburridos de muchos songwriters de hoy. La verdad del songwriter es una mentira, es otra persona que pone al frente para que la audiencia lo adore o para lograr una identificacion automatica con quienes desea que lo escuchen.

Pero todo esto tiene un sentido, una razón de ser, mas allá de ser un ataque cascarrabias. En estos últimos meses estuve leyendo mucho a Truman Capote. Bah, en realidad, no es que lo haya leído tanto, sino que ha sido el autor que más me conmovió leer en estos últimos tiempos.
El idilio se inició cuando mi padre me trajo de regalo de uno de sus viajes a Bs As. el libro recientemente editado de sus cuentos completos. Lo primero que se nota es la tapa: una fotografía de un Truman Capote jovencito, flaco, hasta buen mozo (en uno de esos modos raros) frente a unas plantas de grandes hojas (plátanos?). En blanco y negro, con una mirada seria y grave, que no parece observar la cámara, sino algo mas allá, el fotógrafo quizás. Aun se nota su evidente timidez pueblerina, muy alejado de ese Truman que conocí en el primer libro que leí (Retratos), ese Truman que se pasea y se pavonea entre la realeza de Hollywood como uno mas, ese Truman que aparece en la tapa del libro bailando con una Marilyn Monroe que sonríe como si pensara que no iba a morir nunca. Truman, mientras tanto, tiene una expresión de ligero aburrimiento y, a la vez, una estudiada expresión de tipo fuera de lugar, como si pensara: “oh, querida, que cansador que es todo esto, no podemos volver a tu habitación a beber champagne?”.
Que difícil de congeniar con la foto de Truman en la tapa de la edición de “A Sangre Fría” que compre ayer: gordo, con sombrero, con la cara toda arrugada, aparentemente portando un bastón (es una foto borrosa, no se lo nota perfectamente), con una expresión en la cara de vieja bruja, de alguien que ha escuchado todo, que ha perdido la inspiración literaria en los últimos años pero ha afilado una lengua viperina que le dará de comer y lo mantendrá en la primera fila los últimos ¿20?, ¿15? años de su vida.



Y cuando se abre el libro, cuando uno comienza a leer los cuentos, el shock es aun mayor. Durante años me la pase escuchando historias de Truman Capote como esa vieja bruja, como ese comentador de los ídolos de barro de Hollywood en una época en que ya no eran sus amigos y ya probablemente no tenia amigos. Ese Truman acabado por las drogas, por el alcohol y por el sexo. Y en los cuentos: historias de pequeñas genios que desean llegar a Hollywood para bailar pero están en pueblos olvidados de Texas, de viejos que le ruegan al Señor que se los lleve a la tumba, de pequeños Trumans en sus ultimas navidades con la persona que más quiso. Todos cuentos cargados de esperanza, todos cuentos cargados de idealismo, que nos hacen olvidar en que terminó Truman o, quizás, nos hacen pensar que en realidad Truman nunca fue el Truman que nos vendieron en la tele, o quizás si.

Y la verdad es que el Truman que escribe “A Sangre Fría” no es el mismo de los cuentos. Y es magnifica la transmutación que logra en ese libro, la empatía que siente con esos personajes, el modo mágico mediante el cual, en una especie de saltar a través de los aros de un truco imaginario, logra que nos preocupemos mas por los asesinos que por las victimas, que sintamos que tienen que salvarse, que a pesar de que el final esta escrito, que te lo cuentan en la solapa del libro, uno tiene ganas de que safen. Quizás sea por lo que Benito dice, que Truman era una rata, por lo tanto se sentía cómodo con ese tipo de ratas, o quizás sea porque Truman vio en Perry Smith un espejo, un reflejo imperfecto del tipo que el podría haber llegado a ser y que la literatura, las fiestas, el jet set impidieron. Quizás sea porque en el fondo Truman era otro tipo de rata, no tan distante de Dick Hickock.

O quizás sea porque en el fondo Truman nunca dejo de ser ese niño abandonado por sus padres en una Texas que le era enorme y ajena, ese joven que aparece en la foto de Cartier Bresson con una mirada de desconfianza, de alejamiento, temiendo cualquier tipo de acercamiento.



Y es que la gente nunca es la misma mas que por unos momentos. Y yo me siento mucho más cercano y me emociono mucho mas leyendo un cuento de Truman Capote, cualquiera, que escuchando a esos songwriters que “desnudan su corazón al publico”. Y es que en ese modo facetado, caleidoscópico, misterioso de desdoblar vida y obra, trabajo y personalidad es donde yace la riqueza de una verdadera obra de arte, donde se encuentra la miríada de significados que le brindan profundidad.
O como dice Morrissey (otro tipo que no debe ser de lo más agradable para conocer):

You don't know a thing about their lives
They live where you wouldn't dare to drive
You shake as you think of how they sleep
But you write as if you all lie side by side
Reader, meet Author
With the hope of hearing sense
But you may be feeling let down
By the words of defence