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Esto ya sería suficiente para escribir una historia de ciencia ficción maravillosa, pero todo se vuelve más perfecto cuando sabemos de quien es la cabeza que se encuentra perdida: de Philip K. Dick. El primer androide del doctor Hanson fue una reproducción de Einstein y, luego, para su segundo esfuerzo, se decidió por el gran Philip, a quien le asigna parte de la responsabilidad por su carrera de científico (aparentemente descubrió su vocación mientras leía “Valis”).
Es magnífico: como una serpiente que se muerde a si misma, la fascinación de Dick por la robótica, las realidades falsas, las copias y aquel axioma paranoico de “NADA es lo que parece!” se continua después de su muerte y marca, como un corte geológico, su influencia a lo largo del tiempo. Como una maravillosa profecía auto cumplida que nos advierte lo que a fin de cuentas ya sabíamos y que es que “Dick tenia razón”. Y si hace falta que su divina cabeza vuelva como advertencia de sus profecías, como avatar del futuro que predicó, que así sea!. Lo cual nos confirma que la vida es mas extraña que la ficción, que vivimos en tiempos interesantes, o, como afirmaría Elijah Snow que “es un mundo extraño, mantengámoslo de esa manera”.
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(Addenda: y unos españoles preclaros organizan un concurso de cuentos alrededor de la premisa, “¿que le pasó a la cabeza de Dick?”).