lunes, julio 10, 2006

L.A.

Si preguntas en Los Angeles la distancia que hay de un sitio a otro, es probable que te digan: “Bueno, por la autopista veinte minutos”. Si, pero la pregunta era, ¿que distancia?. Se pueden recorrer casi cuarenta kilómetros de autopista en veinte minutos con buen viento. Así que una de las primeras lecciones que uno aprende en Los Angeles es la de que todo resulta...muy...muy remoto... Todo queda muy lejos. Estas constantemente en el coche. Siempre. Con la radio rompiendo el monótono ritmo del fluyente asfalto y de las señales de los accesos en verde y blanco. En tales circunstancias, es normal que se cree una relación intima con esa voz que sale de la radio del coche. Es un síntoma del síndrome Los Angeles reír quedamente y sentirse a gusto cuando aparece uno de tus disc jockeys favoritos. Es como ver a una vieja amante. Demonios, la mayoría de los habitantes de Los Angeles se pasa mas tiempo en el coche que con sus amantes, nuevas o viejas

(Robert Greenfield, Viajando con los Rolling Stones)

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Y a raíz de mi recién iniciada lectura del libro de Greenfield me encuentro con esa frase y me acuerdo de “Collateral” y de como la película transcurre casi exclusivamente en un auto o en interiores. Casi nada de la película transcurre en lugares públicos. Y en los lugares públicos no hay gente.
Los Angeles, filmados espectacularmente por Mann, parece un lugar desolado. Aterrador. Inhumano. No hay gente en las calles. Todo se mueve a la velocidad de la autopista. Como una gran fantasía /pesadilla ballardiana (y estoy seguro que Ballard pensaba en algo así cuando escribió “La Isla de Cemento”). Los Angeles es tanto una protagonista de esa película como los personajes de Tom Cruise y Jamie Fox.
Pero es una protagonista que se caracteriza por su ausencia. Por el no estar ahí. Por su inaprensibilidad. Todo sucede a tal velocidad que la ciudad se desdibuja. Una gran virtud, hacer de una no – presencia una presencia.
Y esto me lleva a pensar en otra gran película (tangencialmente) sobre ciudades. En “The Warriors” la ciudad es utilizada como una presencia. Por momentos parece que la banda de guerreros más que escapar de el ejército que los persigue escapa de la ciudad misma. New York es utilizada como un gran organismo viviente, una estructura enorme en la que cada esquina, cada estación de subte, cada calle oculta algo, devela una nueva amenaza. Una especie de pulpo multiforme que los atrapa y no los deja escapar.
Obviamente que todo esto esta agrandado por el hecho, fundamental, que el escape se produce de noche. Y relativizado por la frase final del líder de los Warriors: “ A esto es por lo que peleamos toda la noche para regresar?”. Pero New York es así. Atrae y repulsa en cantidades iguales y por eso esta incrustada en la psiquis norteamericana como LA ciudad.
Y por eso es que es tan cierta esa frase que dice que “Metropolis es New York de día y Gotham es New York de noche”.

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Y todo eso me retrae para hablar de lo que realmente ronda por mi mente (y mis escuchas) ultimamente: The Fall.
Estoy en otro de mis períodos de escucha obsesiva de The Fall. Mas que de escucha obsesiva, de lento descubrimiento de ese universo expansivo e inagotable. Es una de esas bandas que una vez que te agarran no te sueltan mas. Siempre hay algo a lo que volver, siempre hay nuevos puntos de vista desde los cuales apreciar ese incesante “work in progress” que es The Fall. O Mark E. Smith, si les parece bien.
Y en este continuo redescubrimiento, lo que me ando repasando son las Peel Sessions. Y dentro de las Peel Sessions, me reencontré (además de con grandes canciones que no conocía) con esa perla que es “L.A.”.
Originalmente editada en “This Nation’s Saving Grace”, el primer disco de The Fall que escuché, “L.A.” es una canción que no podría hacerle mas honor a su nombre. Desde el primer momento me llamó la atención. Porque suena como la oscuridad encarnada. Porque es una de esas canciones que están hechas, justamente como dice Greenfield, para escuchar en la radio, en el asiento delantero del auto, manejando a velocidades enormes por una carretera en la que solo las luces delanteras iluminan el camino.
La canción esta construida de tal modo que todo impulsa a la propulsión, al movimiento hacia adelante y en lo posible sin fin. Un bajo repetitivo, rápido, que te taladra la cabeza la impulsa, la batería sigue un ritmo que no desciende jamás, casi metronómico. Sobre esa base perfecta, la guitarra de Brix aparece por momentos continuando el impulso y por momentos puntuándolo, desviándolo, en espirales descendientes e interminables, manteniendo todo como una hermosa máquina de movimiento perpetuo. Y Mark balbucea algunas frases que no se entienden a la primera y que yo asumía que eran puro balbuceos, pero no, dice así:

Odeon
Sky
Uncanny
Bushes are in disagreement with the heat

L.A.

Uncanny
Person
They have filled boulevards with white snow, scum-ball

L.A.

This is my happening and it freaks me out


Y es perfecto que la canción solo se encuentre jalonada por estas breves acotaciones de Mark E. Smith, que por una vez deja la verborragia de lado. Solo sirve para reforzar la sensación de viaje que transmite la canción. Como un pasajero tirado en el asiento trasero de un vehículo a altas velocidades, M.E.S. observa de manera difusa y pasajera lo que sucede a su alrededor. Atisba pequeñas visiones fragmentarias de los lugares por donde circula. Sobre esa narrativa fragmentada se recortan los coros de Brix, como proviniendo de algún otro lado intangible. Como voces en la cabeza del personaje.
Y todo esto contribuye a la impresión de que esto es un viaje de una persona dada vuelta, que apenas percibe algo de lo que sucede a su alrededor. Tirado en el asiento de atrás de un auto, perdiendo y recuperando la conciencia a intervalos regulares, deslumbrado por las luces de afuera, temblando. Mas que onírico, pesadillesco.
Como atrapado por la ciudad misma.