sábado, febrero 12, 2005

El Sr. Merrit y Yo.

El otro día estaba buscando algo para escuchar durante el almuerzo, en compañía de toda la familia. Intentaba encontrar algo que me guste, pero no sea tan ruidoso como para horrorizar a mis progenitores. En eso, recorriendo mis discos, encuentro el “69 Love Songs” de los Magnetic Fields, abandonado en mis repisas de discos hace años. “Bueno, este esta bien” pienso.
Lo pongo y me sorprendo cantando la mitad de las canciones, acordándome de estribillos memorables como el de “All My Little Words”, en resumen, disfrutando y emocionándome como hacia mucho que no me emocionaba con un disco.
Me sorprendo porque recuerdo que, en su momento, no le había prestado tanta atención. A pesar de haberlo escuchado bastante, tenia la sensación de que no me emocionaba, que, por mas hermosas que fuesen las canciones de amor de Stephin Merritt, no podía hacerlas mías, siempre existía un especie de distanciamiento emocional.
El disco mas emotivo no me conmovía.

(El disco “69 Love Songs” en particular y Merritt en general entraron en mi vida en un momento no del todo feliz. Yo estaba enamorado de C., quizás como nunca lo he estado de otra chica, desde hacia varios años. La relación se había complicado en los últimos meses, volviéndose una cosa enfermiza e histérica que no conducía a ningún lado. Estábamos los dos a finales de cuarto año y nos prometíamos casamiento a pesar de que ella estaba de novia con otro chico.
En eso, de pronto aparece G., el cual inmediatamente conquista a la que yo suponía era la mujer de mi vida, el “template” bajo el cual busque encasillar a toda otra chica durante mucho, demasiado tiempo. G. escuchaba a los Magnetic Fields y, como táctica de seducción, le pasaba a C. Letras de Merritt, letras de Tom Waits y le grababa discos compilados.
Mis patéticos e inútiles esfuerzos por voltear la situación nunca dieron frutos. Sin embargo, pronto desarrolle una buena relación con G. y me comenzó a prestar discos. Entre esos estaba el tríptico merritiano. Por algún motivo, esas canciones, a pesar de su emotividad, siempre me resultaron ajenas, distantes, como si perteneciesen a otra persona. Cada vez que me apropiaba de ellas para un disco compilado, cada vez que intentaba relacionarlas con mis propios sentimientos, sentía que traicionaba algo. Quizás porque realmente pertenecían a otra persona.)


Merrit es un tipo particular dentro de los cantautores contemporáneos. Se aproxima a su trabajo como un artesano, sin ningún tipo de impronta emocional, o con la menor posible. En entrevistas ha llegado a decir que la sinceridad “no tiene ningún lugar en la música, así como no tiene ningún lugar en la cocina”. Con estas afirmaciones, mas que quedar como un snob, lo que busca es distanciarse de la imagen del cantautor como un artista de sinceridad absoluta, que plasma lo que siente en las canciones. Para Merritt, lo que importa no es la identificación emocional con su música, sino “the craft”, el trabajo que implica componer una canción, el modelado cuasi artesanal (en el sentido mas físico, menos artístico del termino) que requiere una melodía para llegar a la perfección. Merritt no quiere que se lo reconozca en sus canciones, no quiere que se lo identifique por ellas, el no es esas letras, esas melodías, esos sentimientos que transmiten. Ellas solo son delicados trabajos de ingeniería, tan etéreas y tan firmes como el momento en que suenan.
Quizás precisamente por ello es que las canciones de Merritt se prestan tan fácilmente a la “impregnación emocional”. Porque abusa de los lugares comunes, porque apela al sentimiento mas vulgar, mas universal (por lo menos en estas “69 Love Songs”) porque rechaza la identificación de su persona con su música, uno se apropia mas fácilmente de ella, la impregna de sus propios sentimientos dependientes del momento en que se pone en contacto con sus canciones. Y este sentimiento puede variar de acuerdo al momento en que las escuche. Las canciones de Merritt se prestan constantemente a la reinterpretación, a la modificación de lo que dicen, de acuerdo a lo que nosotros queremos que digan.

(Y eso es lo que siento que me pasa ahora que escucho de nuevo el “69 Love Songs”. Después de mucho tiempo de rechazarlo, de distanciarme voluntariamente de el, por fin siento que sus canciones me pertenecen, que puedo confundirlas con mi vida, con mi momento emocional.
En algún punto, el Amadeo que escuchaba este disco hace 2 años no es el mismo que lo escucha ahora.
Y eso, quizás, explica que antes mi favorita fuese “I Don’t Believe In The Sun”. Y hoy sea “The Luckiest Guy In The Lower East Side”.)